Jefes que se contradicen

Trabajar con un jefe incoherente es como intentar seguir una coreografía con música que cambia cada treinta segundos.


Un día te dice que seas proactivo, al siguiente te pide explicaciones por no haber esperado instrucciones.
Un día te pide opinión, al siguiente la ignora o la desmonta sin siquiera escucharla del todo.

Pero lo más frustrante no es que cambie de opinión. Es que no se dé cuenta.
Y lo peor: que cuando opina, muchas veces no lo hace desde los datos, ni desde el análisis, ni desde el conocimiento profundo del trabajo de su equipo.
Lo hace desde sus prejuicios, intuiciones o miedos, sin parar a revisar si eso que piensa tiene sentido… o simplemente es cómodo para él.

A veces opina sobre algo que no domina, y al no entenderlo, lo desestima como si fuera irrelevante.
Y ahí estás tú, con un nudo en la garganta, sabiendo que se está equivocando, pero sin espacio para decirlo sin sonar desafiante.

Lo que te genera no es solo rabia o cansancio. Es una duda que cala hondo:
¿Soy yo el que no entiende, o es que realmente esto no tiene sentido?

Este post no es para demonizar a los jefes (que también son humanos).
Es para ponerle nombre a una realidad silenciosa que muchos vivimos: la confusión de trabajar con líderes que no escuchan, no se cuestionan, y que cambian de dirección sin hacerse cargo.

Y más importante: para explorar cómo sobrevivir a esa incoherencia sin dejar de ser profesional… ni perderte a ti mismo en el intento.

Lo que dicen vs. lo que hacen (y cómo nos deja eso hechos un lío)

Cuando el discurso del jefe no se parece en nada a su comportamiento, no solo se pierde coherencia. Se pierde confianza.

Porque una cosa es equivocarse —eso nos pasa a todos— y otra muy distinta es vivir en un bucle de contradicción constante.

Algunas perlas de este desajuste cotidiano:

  • “Aquí valoramos la iniciativa” → pero todo lo que haces sin pedir permiso es corregido o cuestionado.
  • “Somos un equipo horizontal” → pero tus ideas se desechan sin mirarlas, mientras las del jefe se aprueban aunque no tengan sentido.
  • “Tomamos decisiones basadas en datos” → pero en las reuniones manda la intuición, el “yo creo” y los prejuicios de quien lidera.
  • “Confío en mi equipo” → pero hay que explicar cada paso como si estuviéramos en un examen diario.

Y entonces tú te preguntas:
¿Cuál de todas las versiones tengo que seguir hoy? ¿La de la pizarra, la del correo, la de la reunión o la de cuando estamos solos en el pasillo?

La incoherencia genera confusión, sí. Pero también algo más sutil: culpa.
Empiezas a pensar que el problema eres tú, que no has sabido interpretar bien, que no estás a la altura.
Y es agotador.

Peor aún cuando esa incoherencia viene acompañada de soberbia.
Cuando el jefe habla sin saber, descarta tu opinión sin argumentos o impone decisiones desde su intuición, sin datos ni contraste.
No porque tenga mala intención, sino porque no se da cuenta.
Tampoco sabe que está opinando desde el desconocimiento. Ni ve el impacto que tiene eso en ti… y en todo el equipo.

La frase más peligrosa no es “esto se hace así porque lo digo yo”.
Es “esto se hace así” dicha con seguridad por alguien que ni siquiera se ha planteado si está equivocado.

Cómo afecta esto al clima y a la motivación

Trabajar bajo un liderazgo incoherente no solo complica el día a día. Desgasta.
Y lo hace de forma silenciosa, como una gota que cae todos los días en el mismo punto.
Hasta que un día, simplemente, te quiebras.

Porque lo que genera un jefe contradictorio no es solo ambigüedad operativa. Es ambigüedad emocional.
No sabes si estás haciéndolo bien o mal, si se espera algo de ti o ya cambió de idea, si lo que ayer era una prioridad hoy sigue siéndolo… o ya no se habla del tema.

Y esa falta de claridad afecta directamente a la motivación.
Pierdes ganas, pierdes foco y —lo más grave— pierdes confianza en ti mismo.

Empiezas a trabajar en modo defensa. A hacer lo justo. A guardar tus ideas para no arriesgarte a quedar mal.
Te vuelves más inseguro, más cauto, más apagado.

Lo peor es que esto no siempre se ve desde fuera.
Los indicadores de clima pueden seguir bien, los KPIs se cumplen, pero el equipo ya no vibra.
Solo cumple. Y eso es una forma silenciosa de pérdida.

Además, la gestión inconsistente genera desconfianza colectiva.
Cuando todos ven que lo que se dice no se cumple, que las decisiones cambian según el humor del jefe o que las opiniones del equipo no se consideran, el mensaje implícito es: «da igual lo que hagas, no va a servir de mucho.»

Y cuando una empresa llega a ese punto, la gente no se va por la carga de trabajo.
Se va porque siente que nada tiene sentido.

¿Por qué lo hacen? (Y por qué no siempre es maldad)

Podríamos pensar que un jefe que se contradice todo el tiempo es despistado, egocéntrico o directamente incompetente. A veces es verdad. Pero muchas veces… no lo es.

Muchas veces, ese jefe también está intentando sobrevivir.

Intentando responder a objetivos que cambian cada semana, o quedar bien con sus propios superiores mientras sostiene un equipo que le exige claridad.
Intenta aparentar seguridad cuando por dentro también está lleno de dudas, de miedos, de presión.

Un jefe incoherente no siempre es un mal jefe. A veces es solo alguien que no sabe que está siendo incoherente.
No tiene espacio para pensar. No tiene feedback real.
O, directamente, cree que liderar es tener siempre una respuesta, aunque no tenga ni la mitad de la información.

Muchos líderes no se contradicen por capricho, sino por:

  • Falta de autoconciencia: no se dan cuenta de que dicen una cosa y hacen otra.
  • Falta de tiempo: no reflexionan, simplemente reaccionan.
  • Miedo a parecer débiles: no se atreven a decir “no sé” o “me equivoqué”.
  • Cultura de la urgencia: se toman decisiones al vuelo, y el criterio cambia según la presión del momento.

¿Es justo? No.
¿Es frustrante? Mucho.
¿Se puede comprender? También.

Y cuando logramos verlo así, algo cambia.
No para justificar. Sino para dejar de cargar con la culpa que no nos corresponde.
No es tu responsabilidad sostener a un jefe que no se cuestiona, pero sí podés elegir cómo relacionarte con eso sin dejarte arrastrar.

Cómo sobrevivir a la incoherencia sin perder la cabeza (ni la profesionalidad)

No hay manual para gestionar jefes que se contradicen.
Y aunque lo hubiera, probablemente lo cambiarían antes de terminar de leerlo.

Pero sí hay formas de proteger tu claridad mental, tu motivación y tu integridad profesional, incluso cuando el entorno parece diseñado para desorientarte.

Estos no son trucos rápidos, ni frases de autoayuda. Son actitudes conscientes que pueden marcar la diferencia entre agotarte… o sostenerte.


1. Valida lo que percibes, aunque nadie más lo diga

Cuando todo el mundo parece seguir actuando como si no pasara nada, dudar de ti es fácil.
Pero si algo no encaja —si el discurso y los hechos no coinciden, si las decisiones cambian sin lógica, si la dirección del proyecto se contradice día tras día— confía en esa alarma interna.

No necesitas que alguien te confirme lo que ya sabes.
Validarte a ti mismo es el primer paso para no perderte en el desconcierto ajeno.


2. Documenta para no perder el hilo de lo real

En contextos inestables, la memoria se vuelve selectiva, y los relatos cambian con rapidez.
Apunta lo que se acuerda, lo que se dice, lo que se espera.
No desde el control paranoico, sino desde la necesidad de tener un punto de verdad en medio del ruido.

Tener por escrito lo que se definió o se pidió te da claridad.
Y cuando surja la inevitable contradicción, te permite tener una base para retomar el foco sin depender solo de versiones subjetivas.


3. Pregunta con la intención de entender, no de pillar

Cuando algo cambia sin explicación, el instinto puede ser enfadarse o quedarse en silencio.
Pero hay un tercer camino: preguntar con calma, sin juicio, sin ironía.

Frases como:
“¿Esto es un cambio respecto a lo anterior?” o
“¿Me ayudas a entender cuál es la prioridad ahora?”
desarman el conflicto y abren espacio para el diálogo.

No buscan señalar incoherencias con el dedo, sino darles una oportunidad de explicarse. Y eso, a veces, es todo lo que hace falta para recuperar algo de orden.


4. No lo tomes como un ataque personal (aunque lo parezca)

Cuando hay desorden arriba, es fácil pensar que el problema eres tú.
Que te han cambiado el proyecto porque desconfían de tu criterio. Que no te consultan porque no valoran tu trabajo.
Y a veces será así. Pero muchas otras, ni siquiera eres parte de la ecuación.

Están reaccionando a presiones invisibles, a inseguridades propias, a urgencias mal gestionadas.
Eso no lo excusa. Pero sí te ayuda a soltar esa carga emocional que no te corresponde.


5. Sé tu propio punto de referencia

Cuando el liderazgo no da claridad, tu brújula tiene que venir de dentro.
¿Qué valores no estás dispuesto a sacrificar? ¿cómo es el nivel de calidad quieres mantener, incluso cuando nadie te lo exige? ¿Qué tipo de profesional quieres ser?

Tener eso claro no solo te protege del caos.
También te ayuda a tomar decisiones más conscientes, basadas en tu integridad, no en la aprobación de alguien que cambia de criterio cada semana.


6. Habla cuando tengas algo que decir, no cuando estés a punto de explotar

Expresar una contradicción que te confunde puede ser valioso.
Pero hacerlo desde la rabia o el agotamiento solo alimenta el fuego.

Antes de hablar, respira. Revisa tus notas. Encuentra el mejor momento.
Y habla desde un lugar sereno, sin necesidad de tener razón.
A veces, una sola pregunta bien planteada puede hacer que el otro se dé cuenta de su propia incoherencia.

Y si no lo hace, al menos tú sabrás que fuiste claro, honesto y profesional.


7. Busca coherencia en otros lugares

Si tu jefe no es una figura clara, busca otras.
Puede ser una compañera que siempre cumple lo que dice, un mentor externo, un referente que no forme parte del caos.
Tener una referencia coherente —aunque sea mínima— te recuerda cómo se ve el liderazgo sano.

Y eso te ancla. Porque sin esos referentes, todo empieza a parecer normal. Y no lo es.


8. Y si ya todo se ha vuelto tóxico… sal por salud

Si el nivel de contradicción ya no es una rareza, sino una constante.
Si el desconcierto se ha vuelto el lenguaje de la casa.
Si te sientes pequeño, apagado o anestesiado… quizá sea momento de irte.

No como huida.
Sino como acto de respeto hacia ti.
Porque hay muchas cosas que se pueden aprender trabajando con líderes inconsistentes.
Pero quedarse demasiado tiempo ahí te puede hacer olvidar lo que tú también sabes hacer bien.

Sostenerse cuando nadie más lo hace

Trabajar con un jefe que se contradice no es solo un reto operativo. Es un desgaste emocional.
Porque cada día tienes que traducir el caos en acción, el desconcierto en resultados y la falta de dirección en decisiones que, si te equivocas, también serán tu responsabilidad.

Pero hay algo que debes recordar:
el hecho de que alguien no sea coherente no significa que tú tengas que dejar de serlo.

Tu valor no depende de que tus ideas sean siempre validadas.
Tu claridad no se borra porque alguien con más rango no la vea.
Tu profesionalidad no se mide por la capacidad de adivinar lo que otro aún no tiene claro.

Puede que no puedas cambiar el entorno.
Pero sí podés elegir cómo no dejarte arrastrar por él.
Y eso, en muchos casos, es el acto más poderoso de liderazgo personal que puedes hacer.

Así que la próxima vez que escuches dos instrucciones opuestas en la misma semana, dos discursos que se pisan o una crítica que no se corresponde con los hechos, respira.
Revisa lo que tú sí sabes, lo que tú sí hiciste bien, lo que tú sí querés sostener.

Y seguí desde ahí.
Desde tu propio centro.
Desde tu criterio.
Desde tu integridad.

Porque aunque el rumbo arriba sea inestable, tu brújula no tiene por qué girar con cada cambio de viento.


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