
Seguro te pasó alguna vez.
Estás por publicar algo en LinkedIn. Lo escribiste desde el corazón. Una reflexión sobre liderazgo, sobre cultura, sobre cómo te sientes en el trabajo o un intento por cultivar tu propia marca personal. Pero antes de darle al botón de “publicar”, algo te detiene.
¿Qué va a pensar mi jefe?
¿Estoy hablando demasiado como yo y poco como “empleada de”?
¿Esto me puede traer problemas? ¿si lo lee alguien externo, se reirá de esto?
No lo dices en voz alta, pero lo piensas. Una mezcla de autocensura, lealtad mal entendida y miedo difuso. Como si llevar el nombre de una empresa en tu firma también significara tener que silenciar tu voz. Como si tu marca personal tuviera que pasar siempre por el filtro de lo corporativo.
Yo también he sentido esa incomodidad. Esa tensión entre querer ser auténtica y no traicionar un “nosotros” que muchas veces no está tan claro.
Y de eso va esta reflexión. No tengo todas las respuestas, pero sí muchas preguntas. ¿Dónde termina tu libertad personal cuando estás en nómina? ¿Qué significa realmente “representar a una empresa”? ¿Se puede construir una marca personal sin romper la armonía colectiva?
Comunicación interna: ¿puente o mordaza?
Antes todo parecía más sencillo. Tú eras tú. Tu trabajo era otra cosa. Y las empresas hablaban a través de comunicados, notas de prensa y frases neutras que no decía nadie en concreto.
Pero eso ya no cuela. Porque hoy no confiamos en marcas, confiamos en personas. Y lo que tú compartas como empleado —una reflexión, una foto, una anécdota del día a día— puede tener más repercusión que el mensaje oficial del CEO.
Entonces, cuando hablas en redes, ¿quién eres realmente? ¿Una persona con voz propia o alguien que, sin querer, representa a su empresa?
Ahí es donde se empieza a complicar. Porque sin darnos cuenta, llevamos encima tres marcas distintas:
- Tu marca personal: lo que piensas, lo que publicas, cómo te muestras fuera del horario laboral.
- Tu marca profesional: la que se asocia a tu puesto, tu cargo, tu forma de trabajar.
- Y la marca corporativa: esa identidad que la empresa quiere transmitir al mundo.
Cuando esas tres marcas están alineadas, todo fluye. Pero cuando chocan, empiezan los líos.
Porque a veces estás de acuerdo con los valores de la empresa. Y otras veces… no tanto.
Y ahí aparece la duda: ¿lo digo? ¿Me callo? ¿Lo maquillo?
¿Marca personal, profesional o corporativa? Una frontera cada vez más borrosa
El problema es que la línea entre lo personal y lo profesional es cada vez más fina, más confusa y más peligrosa. Puedes escribir algo desde lo más auténtico, sin intención de hablar en nombre de nadie, y aun así recibir un mensaje que empiece con: “Oye, ¿esto lo has publicado tú?”
Y claro, te preguntas: ¿hasta qué punto puedo ser yo si trabajo para alguien?
No porque no sepas quién eres. Sino porque no tienes claro cuánto de eso puedes mostrar sin meterte en un lío.
Nos lo han repetido mil veces: “los empleados son los mejores embajadores de una marca”.
Pero pocas veces nos paramos a pensar lo que eso implica.
Porque si la voz del empleado pesa tanto, ¿por qué hay tanto miedo a usarla para su propia marca personal?
La realidad es que lo que tú digas como persona, aunque no lo digas en nombre de tu empresa, construye o destruye reputación. Y eso las organizaciones lo saben. Por eso a veces se controla, se censura o se “maquilla” lo que se comunica internamente. Por eso muchas veces lo que se espera no es que hables… sino que repitas.
Pero lo cierto es que tu voz impacta más que cualquier comunicado corporativo. Una opinión auténtica en redes, una conversación informal, una experiencia contada desde dentro… todo eso influye más que una campaña de marketing con presupuesto.
Y aquí aparece el conflicto: la empresa quiere tu autenticidad, pero solo si encaja con su narrativa.
Te dicen que seas tú, pero sin moverte demasiado del guión.
Lo que no se suele decir en voz alta es que esto genera un desgaste interno. Porque tú también tienes tus valores, tus ideas, tu forma de ver las cosas. Y no siempre coinciden al 100% con los de la empresa. ¿Qué haces entonces?
¿Te callas? ¿O te autocensuras? ¿y luego te inventas una versión “neutral”?
Ser embajador de marca no debería significar perder tu voz.
Pero muchas veces se siente así. Como si hubiera que elegir entre ser honesto o ser prudente.
Y ahí es donde el discurso bonito sobre “dar voz a los empleados” empieza a resquebrajarse.
¿Hasta dónde llega tu libertad de expresión cuando estás en nómina?
Esta es la pregunta incómoda. Esa que ronda por dentro cuando estás a punto de opinar sobre algo delicado, compartir una reflexión o simplemente ser tú.
Porque sí, tienes libertad de expresión. Pero cuando formas parte de una empresa, esa libertad empieza a sentirse… condicional. Como si llevar una nómina implicara también asumir un “manual de lo que puedes y no puedes decir”, aunque nadie te lo haya enseñado.
Y lo curioso es que la censura no siempre viene de fuera. Muchas veces es interna. Eres tú quien se frena, quien edita, quien reescribe mil veces un post por miedo a incomodar, molestar o dar una imagen “poco alineada”.
¿Qué pasa si lo ve alguien de la oficina?
¿Y si piensan que critico la cultura de la empresa?
¿O si me tachan de conflictivo?
El resultado es que acabamos diciendo solo lo que encaja, lo que queda bien, lo que parece “profesional”. Pero lo más valioso —las dudas, las contradicciones, las preguntas sinceras— se quedan fuera.
¿Y no es eso también un tipo de pérdida?
El problema no es solo que tengamos miedo a hablar.
Es que muchas veces no sabemos dónde está el límite entre opinar como personas y “romper” algo dentro del sistema corporativo.
Y eso, precisamente, es lo que hace que esta conversación sea tan necesaria. Porque no se trata de hablar por hablar, ni de usar las redes para criticar sin filtro. Se trata de recuperar un espacio donde pensar en voz alta no suponga ponerte en la diana. Es muy probable que no llegues a jubilarte en esa empresa donde trabajas hoy, con más razón que nunca, tu marca personal es tu legado.
En teoría, la comunicación interna está para unir, conectar, alinear. Pero en la práctica, muchas veces se percibe como algo que baja desde arriba, con mensajes bien pulidos y poco margen para el matiz o la discrepancia.
Se habla de cultura, de valores, de propósito… pero rara vez se abre un espacio real para cuestionarlos o interpretarlos. Porque claro, una cosa es que todo el mundo reciba el mismo mensaje, y otra muy distinta es que todo el mundo lo sienta igual.
Ahí es donde entra el riesgo: que la comunicación interna en vez de ser un puente, se convierta en una mordaza disfrazada de coherencia.
Y no es por maldad. A menudo ocurre por miedo.
Miedo a que haya demasiadas voces, miedo a perder el control, miedo a que la autenticidad desmonte el relato corporativo.
Pero la verdad es que los empleados no necesitan que se les diga exactamente qué pensar o cómo comunicar. Lo que necesitan es sentirse escuchados, tenidos en cuenta, y parte real de lo que se está construyendo.
Porque no se trata de repetir valores, sino de vivirlos.
Y para eso, la comunicación interna no puede ser solo un canal de bajada. Tiene que ser un espacio de ida y vuelta. Un lugar donde expresar, cuestionar y construir sentido compartido.
Cuando eso ocurre, sí hay alineación. No porque se imponga, sino porque nace de verdad.
¿Qué puede hacer cada parte? Claves para una convivencia sana entre marca personal y corporativa
La convivencia entre tu marca personal, tu rol profesional y la identidad de la empresa no tiene por qué ser un campo de batalla. Puede ser una danza. Pero para que funcione, ambas partes —empleado y empresa— tienen que poner de su parte.
Si eres profesional:
- No te borres a ti mismo. Tu voz es valiosa. Si compartes desde la honestidad y el respeto, estás sumando, no restando. Tu marca personal es la que te acompañará toda la vida.
- No todo lo personal es privado, y no todo lo profesional es rígido. Puedes ser tú sin dejar de cuidar tu entorno laboral.
- Cuida las formas, no solo el fondo. Lo que dices importa, pero cómo lo dices puede marcar la diferencia entre un debate constructivo y un incendio innecesario.
- No busques quedar bien con todo el mundo. Si tu mensaje es real, habrá quien lo entienda y quien no. Y eso también es parte del proceso.
Si eres empresa:
- Forma, no adoctrines. Enseñar a comunicar con claridad no es imponer un discurso único, es ayudar a expresarse mejor.
- Escucha más allá de los canales oficiales. Las conversaciones reales suceden en los pasillos, en los cafés y en las redes. Presta atención a lo que se dice ahí.
- Acepta la disonancia sin miedo. Que alguien piense distinto no significa que esté en contra. A veces, lo más valioso que puedes hacer por tu cultura es dejar espacio a lo incómodo.
- No pidas autenticidad si no vas a sostenerla. Si animas a los empleados a hablar, ten claro que no siempre van a decir lo que esperas. Y eso no tiene por qué ser malo.
La clave no está en controlar ni en desentenderse. Está en crear una cultura que permita que todas esas voces convivan sin perderse ni aplastarse.
Ser tú mismo dentro de una estructura empresarial no es fácil. Porque aunque la mayoría de las empresas digan que valoran la autenticidad, muchas veces lo que esperan —en silencio— es uniformidad.
Y tú lo sabes. Lo sientes cuando dudas si hablar. También lo notas cuando alguien es castigado sutilmente por decir lo que piensa. Lo vives cuando compartes una idea y te preguntan si “eso lo dirías también en nombre de la empresa”.
Pero ¿sabes qué? Estar dentro de un sistema no debería significar perder tu identidad. No se trata de ir en contra de nada, sino de ser coherente contigo sin dinamitar lo que te rodea.
De encontrar una forma de hablar que no calle, pero que tampoco ataque.
De elegir qué contar y cómo contarlo, no desde el miedo, sino desde la conciencia.
Porque al final, ser profesional no es actuar como robot, es actuar con criterio.
Y comunicar no es repetir un discurso, es construir uno propio con respeto y sentido común.
¿Y si en lugar de preguntarnos “cómo no meter la pata”, empezamos a preguntarnos “cómo puedo aportar algo real, desde quien soy”?
Quizá ese sea el verdadero reto de la comunicación interna: no alinear voces, sino permitir que cada una encuentre su lugar sin dejar de formar parte del todo.
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